El oscuro objeto del aburrimiento

Tal y como se suelen retomar los ritos, Ubú libros comenzó el curso con sus símbolos intactos. Puerta abierta y dos sofás. Público agachado hacia adelante en sus sillas, un chivatazo corporal de la escucha con intensidad. No es para menos. En la escena, los protagonistas. A un lado Daniel Lesmes, filósofo e investigador, y al otro lado Gabriel Cabello, profesor de historia del arte, aquí en la UGR. Venían ambos a presentar el libro del primero, Aburrimiento y capitalismo, editado cómo no por la editorial Pre-Textos.

Tras las breves palabras a modo de interrogación de Cabello, la presentación derivó rápidamente en algo parecido a una consulta, donde el profesor, denominado como el «lector ideal» por el propio autor, escuchaba atentamente lo que este iba contando, a veces atropellado por el peso teórico de lo que se compartía, a veces entusiasmado, casi melódico por el enfoque y la especial pertinencia del tema en estos años aburridos de no aburrirnos.

Un síntoma palpitante el suyo, como suele ocurrir en estos casos, cuando hablamos de una obra cuya arquitectura ha tomado el tiempo y la razón de su autor prestada a tiempo completo por tan largo rato. Casi un lustro, no es poca cosa. Porque Capitalismo y aburrimiento suena a título inmenso, acotado por un contexto de estudio igualmente extraordinario, la Francia de 1830 a 1848, que haría desfallecer a cualquiera.

Y es que lo de Lesmes, es meritorio. Se le podrá acusar de muchas cosas, pero desde luego no de aburrido. El ensayista y su «lector ideal» establecieron una escena casi teatral, figurada en la tensión de ese petit comité de la conversación filosófica, mediado por el savoir faire que se debate entre el rigor académico y el deseo de contar.

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Capitalismo y aburrimiento, aburrimiento y capitalismo. En este partido de ping-pong, los protagonistas que han convivido con el autor meseteño durante estos años de investigación (las clases sociales y el oscuro objeto de deseo, el ocio y lo nuevo, el juego y lo amoroso) , han acabado por resumirse en una raíz, el ennui, en su esqueleto una suerte de palabra dicotómica, que vacila entre el amor y lo desagradable, tan cercano en el enojo enrabietado, como a la culpa menos primitiva de lo teológico.

Tiene gracia el asunto, que cuanto más se aproxima uno a lo presumiblemente laico, más ligado a las cruces parece. Lesmes se encargó de hacerlo saber. Desde Petrarca a Daumier, el ennui parece no dejar de aludir, ya en su variante burguesa, a un tiempo sacro, donde lo que no pasa es, por otra parte, lo que pasa. El lema escogido como ejemplo, «Francia se aburre» es un ejemplo de su latencia. Dirigido por político y escritor Alphonse de Lamartine al parlamento francés en el periodo posrevolucionario de 1839, proclama al aburrimiento como la palanca que oprime, el tiempo que otros no tienen, también el de los flâneur, que así, expropiado, hace que los caminos resuenen peligrosos.

La contemporaneidad de su discurso en este pequeño punto de encuentro de la calle Buensuceso se acentúa con el pasar de los coches y el gentío de las tardes de jueves. «Pensar hoy es como reflexionar en medio de una explosión» decía Žižek . La cita no es otra cosa que la consecuencia de lo que tan bien «resumía» el filósofo invitado . La industria del entretenimiento surgió para erradicar el aburrimiento, llegando al punto de estigmatizarlo. Gozar, gozar y gozar mediante el imperativo de la actividad.

De Ubú libros, sobre todo en tardes como esta, se aprende que a veces es mejor mirar a las musarañas. Mejor con un libro en la mano. El de Lesmes parece un buen compañero.

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